martes, 25 de noviembre de 2014

EL PARASITISMO HISTÓRICO DE LOS GRUPOS ECONÓMICOS VENEZOLANOS

Por:
Ángel Custodio Velásquez

            Los grupos económicos que hoy existen  en Venezuela son la  reminiscencia de una oligarquía que fue dueña de la tierra y otra que controló el comercio exterior durante la colonia, y parte de la República, la cual fue golpeada por la Guerra Federal de Zamora; y que  a partir de 1920, con el Estado populista y la explotación petrolera por parte de los grandes consorcios extranjeros, participó como socio menor del gran capital externo y  acumuló  capital proveniente de prácticas  delictuales contra el Estado rentista. Ello permitió se construyera un imaginario social  signado por el apatridismo, el peculado y la dependencia del capital extranjero a lo largo del proceso histórico venezolano. Esto explica que hoy no tengamos una burguesía con pensamiento nacionalista y sin  contradicciones sustantivas con las empresas transnacionales. Sino que  existan grupos económicos subalternizados y parasitarios que viven del negocio fácil, de la comisión, de la especulación, la usura y el contrabando, y pegados a las axilas del gran capital transnacional, reciben la parte más pequeña del negocio.

El Coloniaje Mental de la Oligarquía Criolla se Inició con España
            A partir de 1498, Europa invadió a nuestro territorio y hubo una colonización del ser, el saber y el poder. Se conformó una  aristocracia territorial criolla que nació ligada  a la tierra pero dependiente políticamente de la monarquía española, como uno de sus primeros lazos de sujeción al dominio extranjero. El Estado monárquico español legalizó la encomienda como  empresa colonizadora en la cual participaron españoles, blancos y  la iglesia católica. Estos sectores  domesticaron a la población nativa,  la despojaron de sus tierras y la esclavizaron. La encomienda permitió a los encomenderos, reservarse la propiedad de la tierra arrancada a los nativos.
Hacia 1810, cuando se produce la ruptura política con el Estado monárquico español, las élites dominantes estaban compuestas mayormente  por hacendados y comerciantes. Después de formalizada jurídica y políticamente la ruptura con la monarquía española el 5 de julio de 1811,  la élite que se había constituido, concentró el poder económico pero también el político.
La reconquista de la colonia venezolana reiniciada por España, hizo que Bolívar ejecutara el Decreto de Haberes Militares en 1817, el cual consistía en otorgar la tierra como bien nacional a todos cuanto participaran en el proceso por la independencia de Venezuela, condicionando su entrega a la jerarquía militar que se obstentara para el momento de producirse la independencia.
La Oligarquía Colonizada se apropia de los haberes militares de las tropas, a partir de 1821 en adelante.
Es por ello  que algunos  Generales acumularon grandes extensiones de tierras y se volvieran  verdaderos latifundistas. Es el caso del General José Antonio Páez quien entre 1824 y 1830  acumuló tierras y poder que le sirvió para enfrentar a Bolívar y, junto con Santander y la oligarquía colombiana, contribuyó al fracaso del proyecto de Unidad de la República de Colombia. Páez había sido comprado, además, por los representantes del alto comercio, por lo cual  en 1826 lideró el movimiento militar separatista conocido como la Cosiata. Ellos representaban un proyecto de élites no de igualdad social como proyectaba Bolívar  para enfrentar al gran imperio del Norte que  desde aquellos tiempos amenazaba con apropiarse de las colonias de España en el continente.
Como parte del desarrollo del capitalismo en Europa y la lucha por nuevos territorios y mercados, a partir de 1821 el comercio europeo tuvo una  presencia significativa en nuestro territorio a través de alemanes, ingleses, franceses y holandeses. Es poco conocido que los europeos y, particularmente,  ingleses y holandeses financiaron parte del proyecto de independencia por cuanto estaban interesados en anexarse las ex colonias de España para convertirlas en nuevos mercados de consumidores de las mercancías que producía su pujante industria y para sustraer materia prima, especialmente la comercialización del café como el principal rubro de exportación para el momento, que equivalía a lo que hoy es el petróleo para Venezuela en el mercado mundial.
A raíz de la muerte de Bolívar  y la conformación de la llamada República independiente  de Venezuela en 1830, con la orientación del alto comercio: representantes de capitales ingleses, holandeses, alemanes, franceses e italianos, entre otros,  que venía actuando desde mucho antes de 1830 a través de prácticas ilícitas,  el Estado liberal-burgués-iluminista, bajo la presidencia de Páez, creó un sistema jurídico-político para legalizar la usura en Venezuela; entre ellas: la Ley de Libertad de Contratos del 10 de Abril de 1834  y  la Ley de Espera y Quita, en 1941 con la que se  apropiaron de  parte de las  tierras  de los latifundistas y campesinos. Para 1835 los comerciantes los habían  desplazado de algunas esferas del poder.  Esta práctica de usura desarrollada por el alto comercio, con anuencia del Estado paecista, generó una gran contradicción con los terratenientes  y los campesinos medios y pobres que atravesó casi todo el siglo XIX venezolano y contribuyó a que se produjera  la Guerra Federal.
El Coloniaje Mental de la Oligarquía Criolla Continuó con Inglaterra
Esta oligarquía, con toda la concentración del poder,  amarra, por segunda vez, sus nuevos lazos de dependencia a Inglaterra. Ya para finales de la primera mitad del siglo XIX esta aristocracia incorpora a Venezuela al mercado mundial en el  llamado Modelo Primario Exportador en el cual Venezuela envía a Inglaterra materia prima y de allá venían productos elaborados, como parte de una nueva División Internacional del Trabajo. En esta nueva sujeción al capital internacional, la aristocracia territorial criolla  terminó por entregarse al liberalismo económico dominante en Inglaterra desde la segunda mitad del siglo XVIII, y profundiza el modelo de Estado liberal-burgués-iluminista dominante en Francia desde los tiempos de la Revolución Democrático-burguesa iniciada en 1789.
La Guerra Federal, 1859-1963, inicialmente con Zamora al frente y su consigna ¡Tierra y hombres libres!, acabó con los grupos oligárquicos en ascenso y tuvo su culminación, después de su asesinado en 1860, con el Tratado de Coche de 1863. Este  representa el primer pacto entreguista de la aristocracia territorial criolla con el capital extranjero en la historia venezolana, que significó la entrega de la lucha emancipadora de los sectores populares. Fruto de este Pacto, de allí en adelante, el poder fue turnado entre liberales y conservadores. Ambos gobernaron con políticas liberales.
A partir  de la constitución de la República y a lo largo de lo que resta del siglo XIX, los altos comerciantes prestamistas y dueños de tierras,  profundizaron la lucha  por el control de la tierra y el poder político, contradicción que  también involucró un sector de comerciantes  que se subalternizaron  al alto comercio; lucha que  atravesó todo el siglo XIX hasta inicios del siglo XX, largo período de guerras civiles. Resaltan: las insurrecciones campesinas de 1846 y 1848 en la lucha por la tierra,  la Guerra Federal (1859-1863) la cual contribuyó, entre otras cosas, a romper algunas distancias entre esa aristocracia y el pueblo excluido, oprimido y de relaciones de trabajo de servidumbre; pero también a la proliferación de caudillos regionales y locales.
La Doctrina Monroe profundizó el Coloniaje Mental de la Oligarquía Criolla con la Dependencia de los Estados Unidos
Si bien fue claro  la participación de los Estados Unidos en el sabotaje para la separación del Proyecto Confederado  de la República de Colombia con la aplicación de  la Doctrina  Monroe alertadas por Bolívar desde 1821, hacia el siglo XX, con la explotación petrolera fruto de las concesiones otorgadas por el General Juan Vicente Gómez a Estados Unidos, seguida por López Contreras, y el tránsito de la economía agrícola a una economía fundada en la renta petrolera, los nuevos grupos económicos que surgieron amparados en dicha renta, se confrontaron a lo interno a través de dos proyectos políticos: uno democratizador impulsado desde el Estado por Isaías Medina Angarita (1941-1945) y otro que aspiraba seguir usufructuando las riquezas del país a la vieja usanza pero aliados con el gran capital norteamericano.  A partir del momento en que Medina es derrocado con un golpe de Estado dirigido desde los Estados Unidos y ejecutado por Acción Democrática (1945),  los grupos económicos y sectores políticos que dirigieron el país, establecieron las bases de una tercera sujeción al gran capital, esta vez norteamericano, como siempre, en calidad de socio menor.  Esta nueva dependencia del capital extranjero que se inicia con el trienio adeco, continúa con la dictadura de Pérez Jiménez y los gobiernos de la llamada democracia representativa, con diferencias de matices, se va a remontar hasta 1998 que con el triunfo del Presidente Hugo Chávez y la promulgación de  la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en 1999, se produce una ruptura política con esta élite dirigencial apátrida, sujeta a los grandes centros de poder, y se abre un nuevo horizonte político orientado a romper los lazos de dependencia del imperialismo norteamericano y de los grandes centros de poder mundial, la defensa de la soberanía y la construcción del socialismo bolivariano.
En síntesis,  con estos antecedentes concluimos que Venezuela jamás ha tenido grupos económicos identificados con los intereses del país, ni con su historia y su cultura, sino sujetos a los designios del capital foráneo; pero también hubo otros que vivieron de los negocios del gran capital en Venezuela en calidad de socios menores. Igualmente, otros han vivido del capital usurario, especulativo, el contrabando y del capital delictivo proveniente de la renta petrolera a través del Estado complaciente a los intereses del gran capital. Por tanto, debemos afirmar que en Venezuela jamás hemos tenido eso que algunos llaman burguesía nacional y tampoco la necesitamos. Además, esta desnacionalización mental e histórica es la génesis del sentimiento apátrida hoy campante en Venezuela, en momentos en que el Estado Social de Derecho y de Justicia, por primera vez en 516 años, pone los intereses del pueblo por encima de los intereses de estas élites de poder entreguistas y ahistóricas. Estos grupos económicos están imposibilitados estructural y mentalmente para dirigir a Venezuela hacia una sociedad al servicio de todos. Los grupos económicos que hoy aspiran dirigir el país, al igual que los de ayer,  siempre estarán dispuestos a entregarse al capital transnacional a cualquier costo. De eso no hay dudas.  


jueves, 15 de mayo de 2014


 
 
MARXISMO, ECOMARXISMO Y DESARROLLO:
De la lógica productivista a la preservación del medio ambiente
 
 
Por:
Ángel Custodio Velásquez

 

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

Carlos Marx
Tesis  11 sobre Feuerbach

 
Ayer el progreso se cifró en Dios y hoy se soporta en la razón  moderna.
La ciencia  se convirtió en la religión de la civilización occidental. 
Ángel Custodio Velásquez

 
PRESENTACIÓN

La ideología del progreso  ha tocado fondo. Las promesas que ofreció a la humanidad desde el mismo momento en que fue concebida, han dado como resultado lo contrario de lo ofrecido: una naturaleza devastada por la irracionalidad del capital; un ser humano sobre-alienado, un medio ambiente altamente contaminado y una civilización sobre-individualizada y con patologías diversas, que hacen presagiar un futuro no muy optimista a la humanidad. El progreso y su lógica desarrollista ha generado tensiones estructurales con la naturaleza al utilizarla como recurso ilimitadamente. Estas tensiones no pueden superarse desde  las teorías que nacieron en la modernidad progresista. Unas por el simplismo de sus enfoques; otras –aunque complejas- redujeron sus estudios al análisis de la producción de valor de cambio por  los trabajadores, su apropiación por parte de los patronos para acumular riquezas, sin tomar en cuenta el medio ambiente como parte constitutiva de esa teoría de la producción. Por ello en este  trabajo se  analiza, grosso modo, el devenir histórico de la idea de progreso, desde el cristianismo hasta sus expresiones modernas como el desarrollismo, la industrialización y el crecimiento ilimitado a partir del uso de los recursos de la naturaleza como elementos finitos. Igualmente, se indagan los límites de la teoría marxista clásica  y su imposibilidad de proponer una teoría que supere las lógicas del desarrollo. Sin embargo, se analiza el ecomarxismo como una nueva teoría que, integrando al ambiente en una nueva teoría de la producción, pueda posibilitar la construcción del ecosocialismo como alternativa societal. Se finaliza con unas consideraciones finales, a manera de conclusión sobre la temática estudiada. En ese mismo orden está estructurado el trabajo.

 

      I.        Del “progreso” celestial al progreso moderno

 

La idea de progreso aparece como una de las bases teóricas de la modernidad. Históricamente, esta idea se formuló aproximadamente en 1680, en el marco de la discusión que oponía a los antiguos y los modernos. Se enriquece más tarde por iniciativa de una segunda generación, que incluye principalmente a Turgot, Condorcet y Louis Sebastián Mercier. Para efectos de este trabajo se  resume el devenir histórico del progreso en los  siguientes términos:

§   Todos los teóricos del progreso se adhieren a tres ideas-claves: 1) un concepto lineal del tiempo y la idea de que la historia tiene un sentido, orientado hacia el futuro; 2) la idea de la unidad fundamental de la humanidad, como un todo destinado a evolucionar en la misma dirección y 3) la idea que el mundo puede y debe ser transformado, lo que implica que el hombre se afirma como amo soberano de la naturaleza. Estas tres ideas proceden originariamente del cristianismo. A partir del siglo XVII, el desarrollo de las ciencias y la técnica llevaron a la reformulación de estas ideas en una óptica secularizada.

§   Con los preceptos de la Biblia, la historia se convierte en un fenómeno objetivable, una dinámica de progreso que espera, en una perspectiva mesiánica, la llegada de un mundo mejor. El Génesis asigna al hombre la misión "de dominar la tierra". La temporalidad es el vector por medio del cual el mundo debe dirigirse progresivamente en dirección a lo mejor. Dios se revela históricamente. La teoría del progreso seculariza esta concepción lineal de la historia, de allí derivan todos los historicismos modernos.

§   Francis Bacon, es el primero en utilizar la palabra "progreso" en un sentido temporal y no espacial, afirma que el papel del hombre es controlar la naturaleza conociendo sus leyes. Descartes propone a los hombres volverse  amos y dueños de la naturaleza. El Cosmos no es ya portador de un sentido en sí mismo. A partir de ahora no es más que un ente mecánico que es necesario desmontar para conocerlo e instrumentalizarlo.

§   Se aplica el modelo mecánico de comprensión: el del reloj. El  tiempo se vuelve homogéneo, mesurable: es el "tiempo de los comerciantes" que sustituye al "tiempo de los campesinos". La mentalidad técnica surge de este nuevo espíritu científico. La técnica tiene por objeto principal, producir y acumular  cosas útiles.

§   En el siglo XVIII los economistas clásicos (Adam Smith, Bernard Mandeville, David Hume), promovieron el deseo insaciable: las necesidades del hombre; en su opinión, pueden ser aumentadas siempre y constantemente. Esta es la naturaleza del hombre querer cada vez más y maximizar sus intereses. Se destaca el carácter acumulable del conocimiento científico, por tanto, en el necesario  progreso se sabrá cada vez más, por tanto, todo irá siempre hacia mejor.

II.        La concepción del progreso en la época moderna: razón, ciencia y producción.

 

§  En el siglo XVII, el concepto de progreso implicó la idolatría de lo nuevo: toda novedad es mejor a priori por el hecho de que es nueva. Paralelamente se considera al hombre como un ser indefinidamente perfectible. Se cree que el hombre para realizar su humanidad debe oponerse a una naturaleza "para civilizarse"; la humanidad debe liberarse de todo lo que podría obstaculizar la irresistible marcha del progreso.

§  A nivel político, el carácter asignado al Estado por los teóricos del progreso es ambiguo. Por un lado, el Estado reduce la autonomía de la economía, observada como la esfera de la "libertad" y de la acción racional por excelencia. Del otro, permite al hombre, en la tradición contractualista inaugurada por Hobbes, escapar a las dificultades consustanciales del anárquico "Estado de naturaleza". La idea  es que la  política debe hacerse racional. La acción política debe volverse una ciencia, controlada por el principio de la razón.

§  En el siglo XIX  la teoría del progreso conoce en Occidente su apogeo. Se reformula en un entorno diferente, caracterizado por la modernización industrial, el positivismo cientificista, el evolucionismo y la aparición de las grandes teorías historicistas. Se hace hincapié en la ciencia más que en la razón en sentido filosófico del término. La esperanza se generaliza en una organización "científica" de la humanidad y en un control por la ciencia de todos los fenómenos sociales.

 

III.        La idea de progreso sirvió de legitimación a la colonización

Los términos "progreso" y "civilización" tienden a convertirse en sinónimos. La idea de progreso sirvió de legitimación a la colonización, cuyo objetivo  consistió en difundir por todos los rincones del mundo los beneficios de la "civilización". El mecanicismo del Siglo de las Luces se combinará a partir de ahora con el organicismo biológico, mientras que su pacifismo cede el lugar a la apología de la "lucha por la vida". El progreso resultará, en adelante, como un producto de la selección de los "más aptos" (los "mejores"), en una visión competitiva generalizada, propio del pensamiento liberal. Esta reinterpretación consolida el imperialismo occidental: la civilización técnica del Occidente es considerada como la "más evolucionada" y en consecuencia, la mejor y apta para gobernar. Partiendo de estas premisas:

§  Se generalizó la esperanza en una organización científica de la humanidad y de un control por la ciencia de todos los fenómenos sociales. Conjugada con el positivismo cientificista, esta teoría da nacimiento al supremacismo societal que percibe las civilizaciones tradicionales como inferiores o  temporalmente atrasadas. En este orden, la "misión civilizadora" de las potencias coloniales consistió en hacerles superar ese retraso. Además,  postula que existe  un paradigma, como criterio universal, que permite jerarquizar las culturas y los pueblos según cuan próximas estén al ideal del progreso. El racismo aparece así directamente vinculado al universalismo del progreso, en tanto que cubre un etnocentrismo inconsciente o encubierto.

 

IV.        Se devela la estafa del progreso

La teoría del progreso está hoy seriamente debilitada, pero aún sobrevive bajo distintas formas. Veamos algunos resultados del progreso:

§  La vida social se vive cada vez más bajo el horizonte de la fatalidad. El futuro, que parece en adelante imprevisible, inspira más pesimismo que esperanza. La agravación de la crisis parece más probable que los "días esplendorosos" ofrecidos por el progreso.

§  La idea de un progreso universal sigue vigente. Se cree  que el progreso material vuelve al hombre mejor, o que los progresos registrados en un ámbito se reflejan automáticamente en otros. El  progreso material aparece como ambivalente. Se admite que junto a las ventajas que confiere, tiene también un coste. Se observa que la modernización industrial se tradujo en una degradación sin precedentes del marco natural de vida. La destrucción masiva del medio ambiente dio nacimiento a los movimientos ecologistas, que estuvieron entre los primeros en denunciar las "ilusiones del progreso". Se distingue entre tener y ser, entre la felicidad material y la felicidad a corto plazo. El individualismo que reina, combinado con un etnocentrismo occidental legitimado por la ideología de los derechos humanos, se traduce en la destructuración de la familia, la disolución del vínculo social y el descrédito de las sociedades tradicionales. Aun así, la teoría del progreso sigue estando ampliamente presente en su versión productivista. Se alimenta la idea de que un crecimiento económico indefinido es a la vez normal y deseable, y que un mejor futuro pasa necesariamente por el aumento constante del volumen de bienes producidos y por la universalización de los intercambios. En suma, la teoría del desarrollo quedó como una creencia en el imaginario social. Mientras no se abandone esta creencia, no se habrá terminado con la ideología del progreso[1].

 

   V.        La ideología del progreso y los límites históricos de la teoría de Marx

El pensamiento de Carlos Marx no escapó a la idea del progreso pensado desde la modernidad que se convirtió en desarrollo; y éste asumió la forma de crecimiento económico ilimitado. Sobre estas bases está soportado el capitalismo. Ello ha encontrado insuperables limitaciones en su capacidad de crítica a la sociedad capitalista, no solo como forma de organización de la propiedad o de ejercicio del poder, sino como modelo civilizatorio. A pesar de su profundidad y radicalidad, la crítica marxista al mundo del capital, no fue capaz de romper totalmente con la cosmovisión representada por Occidente y por el capitalismo. Asumió a la sociedad capitalista como una inevitabilidad histórica y como un paso histórico progresista en la dirección de la liberación y la felicidad humana. Esta ausencia de ruptura crítica en relación a dimensiones y a aspectos constitutivos básicos de la sociedad capitalista, llevó al marxismo realmente existente a la imposibilidad de pensar otro mundo alterno a la sociedad tecnológica altamente centralizada y unidimensionalmente productivista, desarrollada históricamente por el régimen del capital. A la lógica reductora del capital, se opone la lógica igualmente reductora de la revolución para industrializar; y la racionalización progresista y universalizante de todas las dimensiones de la vida que está identificada como los valores proletarios[2].

 

Pareciera que las promesas de la  ciencia, el progreso, el desarrollo de las fuerzas productivas, el bienestar material, la expansión del Estado para satisfacer necesidades, son insuficientes para garantizar la felicidad humana. Los otros valores  de la tradición marxista como la libertad, igualdad, desarrollo multifacético de las potencialidades del hombre, no son compatibles con las ideas y posturas que han llegado a ser dominantes en el marxismo realmente existente.

Por ello, el marxismo, de origen eurocéntrico, si bien tiene un componente libertario, no superó  el cientificismo de la ilustración ni la carga positivizante implícita. La corriente positivista como parte de la razón moderna junto con el pensamiento liberal-burgués, sirvieron de soporte teórico-filosófico del capitalismo y contribuyeron para la construcción de una sociedad liberal. El marxismo se fundamentó en el pensamiento que Marx y Engels conceptualizaron de la sociedad industrial; y puso su acento en la producción de valores de cambio por los trabajadores, apropiado por los burgueses y con las cuales acumulaban riquezas y  reproducían el capital. Marx construyó  una teoría  fundamentada en un enfoque economicista  que  convirtió lo económico en un determinante indeterminado. Esta sobredeterminación de lo económico  deja de lado lo socio-cultural-cósmico[3]. Además, Marx no integró en su teoría  a la naturaleza  y los procesos ecológicos y socio-ambientales en las condiciones generales de la producción[4], a pesar de que ya en su tiempo la depredación de la naturaleza estaba en su apogeo. En efecto, cuando Marx escribió los Manuscritos  económico-filosóficos de 1844, tenía una visión naturalista del hombre. No se percibe  un discurso que considerara al hombre y a la naturaleza como una sola unidad  inseparable. Veamos lo que dice: "(…) la vida (…) del hombre está (…) ligada a la naturaleza no significa otra cosa que la naturaleza está ligada indisolublemente a ella misma, porque el hombre es parte de la naturaleza"[5]. Decir que el hombre “(…) es parte de la naturaleza (…)” no es igual a decir que el hombre es naturaleza. Predomina igualmente un antropocentrismo en esa visión.

Para 1876, este mismo  naturalismo siguió presente, esta vez, en Engels: "No debemos presumir demasiado nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. (…)”[6]. Si se habla de victorias sobre la naturaleza, se supone que luchas contra la naturaleza ¿para subordinarla?. ¿Se mantiene la concepción baconiana de someter a la naturaleza hasta dominarla?

Más adelante señala que “La gente que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor (…), destruyeron los bosques para conseguir tierras cultivables, nunca imaginó que (…) acababan con los centros de colección y depósitos de humedad (…).Refiriéndose a la naturaleza añade: “(…)  nosotros pertenecemos a ella (…) y todo nuestro dominio en ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas de conocer sus leyes y poder servirnos de ellas juiciosamente."[7]  La preocupación está centrada en los beneficios que perdían destruyendo los bosques, no en el daño que se acumulaba sobre la naturaleza como recurso finito. Además, se ratifica la idea de dominio sobre la naturaleza. En consecuencia, no se percibe en la obra de  Marx y Engels un discurso ecológico.  He aquí el límite de esta teoría.

Refiriéndose a los límites del marxismo, Enrique Leff (1998) sostiene que:

        (…) la deslegitimación de la teoría marxista de la historia y de la economía política no tan solo se debe al triunfo del neoliberalismo, sino al <vacío ecológico> del materialismo histórico de una teoría que si bien ha producido un análisis crítico sobre las causas de destrucción de la base de recursos naturales y la degradación ambiental generadas por las crisis inherentes a la acumulación ampliada del capital, no ha integrado a la naturaleza (los procesos ecológicos y socioambientales) en las condiciones generales de la producción[8].

Más adelante el mismo autor afirma que: “El marxismo no ha elaborado una teoría de la producción que incorpore las bases ecológicas y el potencial ambiental en el desarrollo de las fuerzas productivas y que las articule con relaciones sociales de producción fundadas en los principios de una gestión participativa de los recursos naturales (…)[9] (ibídem). Es evidente la gran debilidad que en materia de ambientalismo tiene la teoría de Marx. Sin embargo, la teoría de Marx, por ser un sistema abierto y en constante reconstrucción y recreación, aporta una epistemología para actualizar su teoría, que encuentra un terreno abonado en el ecomarxismo como posibilidad real para construir el ecosocialismo.

Por ello el marxismo, como corriente histórica, para ser una alternativa real al agotado sistema capitalista,  tiene la tarea de actualizar la teoría sobre la forma histórico-concreta que éste asume hoy y los daños que le ha causado a la naturaleza. En esto Meszaros[10] ha hecho un esfuerzo interesante pero sin hacer hincapié en  el ambiente como parte inseparable del ser humano. Por eso la actualización de la teoría marxista tiene que superar el discurso de la sociedad industrial y alimentarlo con las conceptualizaciones que deriven de la sociedad del capital financiero, del ambiente, la comunicación y la industria simbólica. Pareciera que hay que hacer “una segunda crítica a la economía ecológica”[11], como señala Fernando Mires. En Marx existe el método y el enfoque filosófico; lo que complementado con las cosmovisiones de nuestros ancestros en un proceso de síntesis y superación,  y considerando propuestas como la del BUEN VIVIR se pueda construir una nueva teoría.  La nueva teoría que surja, debe servir de base para construir otra sociedad que supere al capitalismo pero también los límites también productivistas del socialismo; debe tomar en cuenta los daños que nuestra civilización le ha hecho al ambiente, que integre armoniosamente la relación ser humano-naturaleza-cosmos. Ese es parte del reto.  

VI. El Ecomarxismo: teoría para comprender el ambiente; y el  ambiente como coartada para recrear el marxismo (neo-marxismo)

 

Ya no es secreto el daño hecho a la naturaleza por la producción irracional del capitalismo y de cualquier otro sistema ideo-político en el uso de los recursos naturales para la acumulación privada de riqueza. Esta lógica productivista –que no está orientada a resolver necesidades humanas-, forma parte de la idea del progreso como  la resultante de una concepción lineal de la historia según la cual las sociedades marchan de estadios inferiores a superiores siempre en la búsqueda de “algo mejor”. Esta idea de progreso tomó la forma de desarrollo y éste a su vez, la de industrialización y crecimiento económico ilimitado. La idea del progreso ha sido tratada en páginas anteriores. Sin embargo, es necesario señalar que en la sociedad contemporánea el progreso es quizás la idea-fuerza más potente que existe; pero es evidente su inviabilidad a corto plazo. Sobre el particular, Lander (1995) señala que:

          (…) La destrucción de la capa de ozono, el efecto invernadero, la devastación de bosques, el empobrecimiento de los suelos fértiles, la creciente escasez de agua tanto para la agricultura como para el consumo humano, la acelerada reducción de la diversidad genética, la contaminación del aire y del agua, son las principales señales de alarma que nos indican que la humanidad está llegando a sus límites (¿o ya los habrá soprepasado?) de una degradación de los sistemas ecológicos más allá de los cuales podría llegarse a alteraciones irreversibles que harían imposible la vida[12] (8)

 

            Si bien Lander  habla de los límites de la era industrial que nos pone en una suerte de disyuntiva: o se toma conciencia que nos dirigimos a un despeñadero y rectificamos, o corremos el riesgo de fenecer como civilización, hace falta una conciencia ecológica  que detenga esta carrera suicida del desarrollismo. Precisamente. refiriéndose a las diversas teorías existentes en el continente sobre el desarrollo y su concepción economicista que deja de lado el problema ecológico, Becker (1999) señala que:

 

          “(…) la vieja contemplación economicista de los problemas del desarrollo tuvo una doble limitación: por una parte, dejaba de lado los sistemas de importancia cultural y, por otra, el contexto ecológico. Por esa razón, los problemas del desarrollo aparecían como anomalías en la organización institucional. Sólo en un marco cultural y ecológico, conceptualmente ampliado, pueden ser reelaborados y redefinidos”[13] (283).

 

 Este desarrollismo que ha sido vendido al mundo como la posibilidad de resolver los problemas de la sociedad, ha provocado daños irreparables al ambiente. En el régimen del capital pareciera se ha disipado el sentido de humanidad porque “(…) la sociedad ha perdido contacto con lo que tal vez sea la sensibilidad singular decisiva para nuestra supervivencia como especie (…)”[14] (Goleman, 2009:50). Especialmente con los dueños de las grandes corporaciones transnacionales del capital que lo que le interesa es acumular riqueza sin reparar los daños causados al ambiente y a los seres humanos. Esos daños parecieran ir en aumento en lo que queda de la era industrial:

        La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha venido subiendo a lo largo de la era industrial; el nivel actual es 30 % más alto que el de 1850. Este nivel sigue subiendo rápidamente debido a que la cantidad de dióxido de carbono emitida por combustibles fósiles en nuestras plantas eléctricas, edificios, automóviles, camiones, aviones y fábricas cada año –equivalente a 8000 millones de toneladas anuales de carbón en todo el mundo- es más del doble de lo que puede ser removida de la atmósfera y absorbida por la biomasa natural (árboles, plantas y plankton marítimo) y disuelta en los océanos[15] (Senge,  2009: 30)

 

La falta de una teoría integradora que contenga lo ecológico y de cuenta  de la realidad socio-cultural-cósmica, no ha permitido el abordaje de la grave situación descrita. Pero esta teoría no debe ser para ponerle apellido al desarrollo; sino para superar la ideología del desarrollo como parte de la episteme del progreso. Esta carencia plantea la necesidad de una segunda crítica a la economía política de estos tiempos a los fines de producir una teoría ecosocial. Desde los referentes filosóficos y metódicos en Marx y superando el economicismo productivista, esa teoría es posible. Se trata de crear una economía política del ambiente. Para ello el marxismo debe retomar las categorías como naturaleza y cultura  en su condición original y situarlas en el centro del proceso productivo; pero también redefinir lo que es riqueza, bienestar social, calidad de vida, entre otras. En otras palabras, se trata de construir una nueva teoría de la producción que incorpore el ambiente como aspecto constitutivo del proceso socio-productivo que lo limita y lo condiciona. Esto daría cuerpo a una teoría eco-marxista. Sobre el particular Leff (1998) sostiene que:

       (…) Una teoría ecomarxista daría una nueva orientación y fundamentos al desarrollo de las fuerzas que integren los procesos ecológicos, tecnológicos y culturales en procesos productivos equitativos, sustentables y sostenibles. Así, el ecomarxismo se plantea como un campo de articulación de la economía ecológica y de la ecología política, capaz de integrar las condiciones ecológicas de la producción, el potencial ambiental del desarrollo sustentable y el poder político del movimiento ecologista, para construir una racionalidad ambiental[16](335)

 

Lo planteado por Leff permite darle direccionalidad y viabilidad política a la propuesta ecologista, en términos inmediatos y mediatos; pero es necesario dejar claro que mientras no se resuelva la contradicción existente entre el desarrollismo y el uso irracional  de la naturaleza como recurso finito, seguiremos atados a la lógica del desarrollo, del industrialismo y su ideología del progreso. Hay que construir una nueva episteme. He allí el reto.

 
Consideraciones finales

1.  La idea del desarrollo, fuertemente influida por el cristianismo y la razón moderna, terminó siendo una oferta engañosa por la llamada modernidad fundada en una sociedad profundamente racional y del cálculo; moral y científicamente administrada. El desarrollo en su forma de crecimiento económico ilimitado no solamente ha depredado a la naturaleza sino también, su fruto ha sido lo contrario de lo que propuso a la humanidad; la cual influida con la ideología del progreso, se ha encaminado hacia su autodestrucción que pone en peligro su existencia.

2.  El marxismo clásico alcanzó sus límites teóricos. Fundado en la sociedad industrial y en el pensamiento de la ilustración no terminó por superar el desarrollismo implícito en “el desarrollo de las fuerzas productivas”; que también supone usar la naturaleza como recurso y el cientificismo positivizante subyacente en su teoría. El marxismo clásico  se ancló en los estudios de la explotación del hombre por el hombre en la producción industrial: la producción de la plusvalía del trabajador en el tiempo socialmente necesario para producir una mercancía, la apropiación de esta y su conversión en riqueza por los capitalistas, la alienación y la enajenación del trabajo, entre otras cosas. Marx no pudo ver, porque no lo vivió, el desarrollo de los monopolios y surgimiento del imperialismo hacia  1870, estudiado por Lenin; el reino del capital financiero transnacionalizado; la sociedad de la información y el conocimiento y la industria simbólica; la sobre-alienación de los seres humanos y los problemas ecológicos del mundo actual derivados de la avanzada depredación de la naturaleza por la irracionalidad del capital. Estos elementos marcan el límite de su teoría; pero la epistemología propuesta por él, aportan  claves para actualizar su teoría en una suerte de neo-marxismo o, mejor dicho, de eco-marxismo.

3.  El eco-marxismo es un instrumental teórico potente que en la medida que integre una teoría de la producción desde la relación socio-cultural-cósmica, la ecología y el medio ambiente, puede aportar las claves para la construcción del eco-socialismo.

Notas



[1]   Para ampliar esta reflexión ver:  http://infokrisis.blogia
[2]   Para profundizar en este tema, léase: LANDER, Edgardo (2008), Crítica al marxismo realmente existente: verdad, ciencia y tecnología, Fundación editorial el Perro y la Rana, serie pensamiento social, Caracas, Venezuela.
 
[3]     Se entiende en este trabajo por lo socio-cultural-cósmico a las relaciones complejas que concibe  a los seres humanos y su cultura, en su sentido más amplio, como parte inseparable de un espectro mayor que es el cosmos.
 
 
 
Referencias
 
[4]     LEFF, Enrique (1998). Ecología y Capital (racionalidad ambiental, democracia participativa y desarrollo sustentable), Siglo XXI editores, Caracas, Venezuela p. 333
[5] MARX, Carlos (1962), Manuscritos económicos filosóficos de 1844, Paris, Ed. Sociales,  pp. 62, 87, 89.
[6] ENGELS, Federico (1950). Anti-Dühring, Paris, Ed. Sociales,  p. 322
[7] ENGELS, Federico (1968), Dialéctica de la naturaleza, Paris, Editions Sociales,  pp. 180-181.
[8]     LEFF, Enrique (1998). Ecología y Capital (racionalidad ambiental, democracia participativa y desarrollo sustentable), Siglo XXI editores, Caracas, Venezuela p. 333
 
[9]    Ibidem
[10]    Ver Meszaros, István (2001), Más allá del capital (hacia una teoría de la transición), Vadell Hermanos editores, Valencia-Caracas, Venezuela, 1141  págs.
 
[11]    MIRES, Fernando (1996). La Revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad. Editorial Nueva Sociedad, Caracas, p. 107.
 
[12]   LANDER, Edgardo (1995). El dogma del progreso universal, en: El límite de la Revolución Industrial, editorial Nueva Sociedad,  Caracas, p.8
 
[13]     BECKER, Egon (1999). La transformación ecológico-social: notas para una ecología política sustentable, en: THIELD, Reinold E (editor). Teoría del desarrollo: nuevos enfoques y problemas, Nueva Sociedad, Caracas, 2001
 
[14]  GOLEMAN, Daniel (2009). Inteligencia Ecológica, Vergara Grupo Zeta, México D.F., 271págs.
 
[15]    SENGE, Peter y otros (2009). La Revolución Necesaria. Grupo Editorial Norma, Colombia.
 
[16]    LEFF, Enrique (1998). Ob .cit. p. 335