Por:
Ángel Custodio Velásquez
Comúnmente
los estudios realizados conciben la pobreza como ausencia de bienes materiales
de vida en la persona, la sociedad o el país; o en todos juntos, debido a que la
cultura Occidental nos ha formado para privilegiar la materia: lo
cuantificable, pesable o medible, por sobre lo subjetivo. Eso nos hace ser altamente visuales por sobre otras cualidades
que se pueden desarrollar a partir del uso más a menudo de los demás sentidos.
Ahora
bien, la ausencia de bienes, sin soslayar
las privaciones que sufren las mayorías en el capitalismo, es un resultado que, en gran medida, deriva de algo que trasciende lo material, se localiza en el plano de lo subjetivo del
ser humano y se expresa, muy a menudo, en la imposibilidad que esgrime mucha
gente para producir su vida material,
construir sus condiciones de existencia y alcanzar autonomía como sujeto
social y no depender tanto de otros. En otras palabras, el aparato psíquico construido socialmente no
le permite accionar para hacerse dueño
de su vida y así evitar que otros se la direccionen. Esta situación si bien
está muy presente en buena parte de nuestros jóvenes, también es extensiva a grupos no menos numerosos de
adultos.
Lo antes señalado pudiera tener explicación por el
conjunto de valores con los que se construye
el imaginario de progreso, prosperidad, felicidad, la forma de buscar
“ser alguien en la vida” de los niños y adolescentes durante el proceso de
socialización en el cual fueron formados por los padres en el hogar; los
maestros en la escuela y por el discurso hegemónico legitimador del reino del capital, en la sociedad donde viven.
Hay otros elementos influyentes
en el imaginario, pero los mencionados tienen un peso determinante en tanto que
los padres y maestros, por lo general,
son reproductores del discurso dominante. En efecto, los valores con los
que niños y adolescentes fueron socializados, serán esos mismos valores que
ellos esgrimirán y los mismos que orientaran sus vidas. La calidad de los valores recibidos modelará el tipo de
comportamiento ante la vida.
En consecuencia, un adolescente que desde niño
fue acostumbrado por los padres a no decidir ni siquiera sobre la ropa que usa,
a no participar de manera protagónica en
los quehaceres del hogar, no opinar sobre lo que acontece a su alrededor,
a que se acostumbre a recibir todo lo que pida, a ser sustituido por otros en
sus responsabilidades, a lograr las cosas con el mínimo esfuerzo; si no es
motivado a desarrollar sus capacidades manuales e intelectuales; si no se le
reconocen sus logros y, por el contrario, es víctima de la crítica despiadada y
reiterada cada vez que comete un error; si no tiene una relativa autonomía para
su auto-realización; si se acostumbra a
recibir todo fácil y sin saber el esfuerzo invertido por sus padres para
obtenerlo; si no se le enseña la cultura del ahorro y la honestidad y si
se le dibuja un mundo de ficciones, se les carga de expectativas
inalcanzables, entre otras cosas, probablemente ese adolescente, por la crianza
recibida, será un adulto con un aparato
psíquico que lo hará ver la vida fácil, inseguro, sin iniciativa para resolver
problemas y temeroso para tomar decisiones. Podrá llegar a viejo pero
difícilmente podrá ser hombre o mujer; porque ser hombre o mujer no basta con
ser macho o hembra; es una graduación que se va construyendo a lo largo de la
vida cotidiana; resolviendo y materializando el proyecto de vida, si lo tiene.
Un ser humano con estas características se hace dependiente de otros que pueden
ser los padres, otros familiares o los amigos y, en ausencia de éstos, pudiera ser el Estado. Para ellos, todo es difícil. Hasta las cosas más sencillas
y, por lo general, se rinden ante cualquier dificultad, hasta hacen crisis que, en algunos casos, se
vuelven frustraciones.
Por el contrario, un adolescente que desde niño fue
acostumbrado a tomar decisiones, se le inculca la cultura del trabajo y a
asumir la responsabilidad de sus actos; a ganarse las cosas, recibe
reconocimiento de sus logros, participa
en los quehaceres del hogar y a resolver problemas; se le motiva al trabajo en
equipo y a ser cooperador, honesto, a practicar el ahorro y ser solidarios,
entre otras cosas, será un adolescente seguro de sí mismo y sería un ser humano
con relativa autonomía para construir su proyecto de vida.
Si bien la formación no depende de clases o sectores sociales,
el primero de los casos aquí planteado, se puede conseguir con relativa abundancia en
jóvenes pertenecientes a hogares de sectores medios de la sociedad; los cuales,
en buena parte, sus padres llevan una vida esquizofrénica y de muchos simulacros:
aparentan ser ricos pero viven como pobres y odian, con la fuerza de los templos, la pobreza porque aborrecen llegar a ser pobres, aunque por la lógica del capital esa es la
tendencia histórica. Con estos valores enseñan a sus hijos; y estos, formados
así, pueden acabar con una fortuna en
muy corto tiempo por el deseo del disfrute desenfrenado, el derroche y el deseo
de simular ser rico y, por esa vía, buscar reconocimiento del otro.
El segundo de los casos, existe en todos los sectores
sociales, pero tiene mayor presencia en
los hijos de campesinos y de obreros ya que, por la necesidad de sobrevivencia,
tienen que trabajar, en muchos casos, desde temprana edad; y el trabajo, que es el medio expedito de lograr mejores
condiciones de vida y de auto-realización
personal, dignifica al ser humano. Es en
el trabajo, entendido en su sentido más amplio, en un hacer consciente, que el ser humano descubre sus cualidades y
potencialidades como sujeto.
De
aquí se infiere que no basta con poseer
bienes materiales si no se tiene conciencia histórica de lo que se posee. Se puede ser pobre aún teniendo la mayor
cantidad de riqueza. Por ello tiene
razón aquel hombre que dijo una vez: conocí un hombre pobre, pero tan pobre que
lo único que tenía era dinero. Es distinto un ser humano pobre a un pobre ser
humano. Por el contrario, un ser humano no puede tener circunstancialmente
bienes materiales para llevar una vida digna, pero puede ser un ser humano con
una conciencia y un aparato psíquico que lo puede desarrollar a plenitud con el trabajo y, a partir de allí, alcanzar
cualquier meta que, con esfuerzo, tenacidad y perseverancia, se establezca en la vida. Un ser humano en
estas condiciones puede alcanzar los bienes materiales necesarios para vivir
dignamente.
De todo lo señalado, se puede afirmar que la
pobreza, en última instancia, es subjetiva y de ninguna manera se mide por la posesión o no
de bienes materiales. Se debe medir por la capacidad de autogestión y
autodeterminación de los seres humanos en sociedad y esto es una construcción
histórica combinada con formación teórica tendiente a develar la inhumanidad
del capitalismo y políticas públicas orientadas con ese propósito, como única
posibilidad cierta de avanzar hacia la construcción de una sociedad nueva.
Esto
último está asociado al papel que pueda asumir el Estado. En una sociedad como
la nuestra con un imaginario colectivo con predominio de los antivalores del
capitalismo: paternalismo, facilismo,
consumismo, presentismo,
cortoplacismo, hedonismo, entre otros, el papel del Estado debe estar dirigido
a promover una cultura de trabajo orientada a toda la sociedad pero
particularmente a los niños, como móvil para ascender socialmente; a crear las
condiciones materiales y subjetivas para que la gente pueda ganarse la vida por esfuerzo propio vía
trabajo e impulsar planes de formación permanente en los cuales se develen los
mecanismos de dominación-persuasión utilizados por el capital para poner a la gente a repetir su discurso y hacer creer que su oferta es la única forma de
vida que ha existido y existirá por siempre. El capitalismo es una forma de
vida que así como se fue construyendo desde el siglo XVI hasta la actualidad,
así también desaparecerá en el siglo XXI por todo el malestar que ha acumulado
en su interior y su lógica interna que, entre otras cosas, ha depredado a la
naturaleza utilizándola como recurso finito, que ha llevado a que hoy la tierra
tienda a hacerse un planeta invivible si no se detiene a tiempo la destrucción
que se hace de ella.
Igualmente,
en la educación, desde primaria hasta
finalizar la educación diversificada, debe incorporarse asignaturas que
promuevan el trabajo creador. En ese mismo orden de ideas, los medios de
comunicación del Estado deben construir contenidos mensajísticos orientados a
promover una cultura del trabajo y combatan el facilismo y los juegos de azar.
En esta misma idea, debe persuadirse a los medios de comunicación privada y
empresarios a construir sus comerciales promoviendo los héroes de la patria,
las bellezas de nuestro país, referenciar las figuras deportivas y culturales
que tenemos bastantes, entre otras cosas. No puede ser que los contenidos
mensajísticos de la televisión venezolana estén construidos para conquistar el
inconsciente colectivo de los venezolanos y las venezolanas. Porque después que los mensajes se alojan en el
inconsciente, éste domina a la persona, como lo sostiene Carl Gustav Jung, a través de las pulsiones del cerebro, como
señaló Sigmund Freud. Por ello, lo peor que puede hacer el Estado es promover
el paternalismo y el facilismo a través de la regaladera de cualquier bien. A
los venezolanos y venezolanas que necesiten cualquier bien que requiera recurrir al Estado, éste debe
ponerle facilidades de pago y no regalarlo por aquel refrán que dice: lo que no
nos cuesta hagámoslo fiesta.
La
construcción de una nueva sociedad que atraviesa una peligrosa crisis ética en
expansión; que supone construir un nuevo ser, se necesita de mucho esfuerzo
manual e intelectual y claridad política de la mayoría de la sociedad; se
requiere de superar la pobreza subjetiva con conciencia revolucionaria. Y eso
no se logra con facilismo ni paternalismo a nombre de la ideología que sea. Se
logra con un hacer consciente
transformador, unidad y trabajo poniendo en tensión todas las fuerzas y potencialidades de la sociedad. Por ello, la
construcción del socialismo es un problema de todo el pueblo no de élites
liberales preclaras. Repetir esta experiencia ya fracasada en Europa nos
llevaría a la construcción de un modelo de socialismo
desarrollista, vía industrialización y uso de la naturaleza como recurso. Debemos
echar mano a la nueva ética socialista del Plan Estratégico Simón Bolívar y el
Objetivo N° 5 del Plan de la Patria, 2013-2019, como parte del legado de
Chávez, para de verdad contribuir a salvar a la humanidad de la catástrofe que
lleva adelante el capitalismo
delincuencial hoy dominante en el
mundo.