Por:
Ángel Custodio Velásquez
El mundo actual ha experimentado un conjunto de cambios veloces, complejos y contradictorios que han impactado a toda la sociedad; particularmente a la economía, la política, lo social, lo cultural, lo ético, lo jurídico, entre otros, que les han dado un perfil muy particular a los países y a las sociedades.
A partir de los años ’80 el modelo de acumulación de capital de post-guerra sustentado en la industria automotriz y la Química que funcionaban como industrias puntas, fueron sustituidas por la industria de la información y el conocimiento, como resultado de las convergencias tecnológicas de la microelectrónica, la biotecnología y la explotación de nuevos materiales. Esta nueva industria, instalada en el marco de un mundo unipolar en lo militar pero tripolarizado en lo económico, produce información y conocimiento.
En esta nueva industria, tanto la información como el conocimiento pierden lo fundamental que tenían como valores de uso y toman el contenido casi absolutamente de valores de cambio. Ambos adquieren el carácter netamente de mercancías que tienen un precio de venta en el mercado.
En el caso de la información, ésta pierde, en gran medida, el carácter social que antes tenía. Ahora además de mercancía, es portadora también de un alto contenido ideológico toda vez que en el nuevo contexto mundial, cumple el papel de legitimar el capitalismo como el actual orden de dominación existente.
Así mismo, como parte de la competencia desleal de los grandes grupos de poder en el capitalismo que ha llevado a una mayor concentración de la propiedad a través de la conformación de grandes y poderosos grupos monopólicos los cuales controlan ramas completas de la economía hoy globalizada, también se han configurado monopolios de la información a través de la concentración de los grandes medios de comunicación.
El monopolio de la información por los medios ha conducido a que lo que sale al aire por la radio, lo que se ve en las pantallas de televisión y lo que se escribe en la prensa escrita, es filtrado por los dueños de medios y lo que finalmente se informa es lo que le interesa a éstos. Este fenómeno es internacional y se ha hecho dominante también en América Latina y en Venezuela; lo que ha llevado a algunos autores a sostener que: “(...) la sociedad en que vivimos es una sociedad de la comunicación generalizada, la sociedad de los medios de comunicación (‘mass media’) (...)” (Gianni Vattimo, 1990: 9). Los medios de comunicación juegan un papel determinante en la formación de opinión pública, a través de difundir matrices de opinión que los ciudadanos lo convierten en “sentido común” y de tanto repetirlo, terminan haciendo suyo un discurso que es construido desde los intereses de los dueños de medios. Esto se complementa con la mitificación que ha hecho la gente de la televisión en el sentido que existe una predisposición a aceptar como verdad lo que aparece en la pantalla; y lo que no sale en televisión sencillamente no existe. La gente ha perdido su verdad sobre la realidad la cual ha sido suplantada por la verdad que construyen los medios de comunicación. Poca gente analiza el mensaje; la mayoría lo repite como su verdad. Por eso es que en la época que estamos viviendo “(…) los medios de comunicación; (…) caracterizan a la sociedad no como una sociedad más ‘transparente’, más consciente de sí, más ‘ilustrada’, sino como una sociedad más compleja, incluso caótica(…)” y profundamente alienada (Vattimo, 1990: 12 y 13).
Como quiera que los medios también tienen que vender, algunos se han convertido en los mayores promotores del consumo desenfrenado pero también en promotores de violencia no tan solo cómo tratan informacionalmente los actos delictivos sino también por las películas que proyectan, las novelas que son portadoras de antivalores como la competencia, el egoísmo, el individualismo, el facilismo, entre otras cosas. Con el juego de imágenes, sonidos, símbolos y una diversidad de representaciones, los medios de comunicación construyen su propia realidad; es decir la realidad que les interesa proyectar a la gente. Esta realidad virtual suplanta a la realidad real, suplanta los hechos, los acontecimientos y hace que “el mapa no coincida con el territorio”. Gianni Vattimo interpretando el papel de los medios en la actualidad dice que: “(...)La realidad, para nosotros, es más bien el resultado de cruzarse y ‘contaminarse’ (en el sentido latino) las múltiples imágenes, interpretaciones, re-construcciones que distribuyen los medios de comunicación en competencia mutua(…)” (Vattimo, 1990: 15). La convergencia de este conjunto de factores ha llevado a que cada día tengamos una sociedad más violenta, lo que ha sido materia de preocupación y discusión en las últimas dos décadas del siglo XX y principios del XXI. De una u otra manera en la sociedad venezolana, los índices de delitos y de suicidios mantienen niveles significativos y cada día que pasa esta actividad pareciera aumentar.
La actividad delictiva en Venezuela tiene múltiples causas; pero es preocupante el tratamiento informacional que le dan los medios escritos a este problema al cual no solamente le dedican un gran centimetraje diario sino también ponen énfasis en la continuidad de robos, atracos, hurtos, suicidios, homicidios los cuales se abordan con sensacionalismo, exhibiendo fotos de los muertos y en los cuales los delincuentes son reseñados como suerte de héroes.
Este tratamiento informacional por parte de algunos medios de comunicación escritos a la actividad delictiva y a los homicidios y suicidios, se pudiera estar haciendo, quizás inconscientemente, apología al delito a delinquir a personas con grandes carencias psicosociales no necesariamente para resolver necesidades materiales sino más bien buscando imitar al héroe para lograr reconocimiento en ciertos sectores de la sociedad.
Algunos dueños de medios, en tanto empresarios, priorizan la rentabilidad de su mercancía porque trabajan con la comunicación con la lógica de obtener la máxima ganancia como en cualquier fábrica donde se produce salchicha. Se olvidan que la comunicación comporta un serio problema ético con la sociedad que espera de los medios un mensaje educativo, de optimismo, motivador y no lo contrario. Hay una concepción reduccionista y unilateral de la interpretación de la noticia al reducir ésta al suceso o a todo lo considerado malo por el empresario. Para ellos lo bueno que hace la gente no es noticia. Esto visto históricamente ha contribuido junto con el consumo desenfrenado al que ha sido sometida la sociedad desde 1920 aproximadamente, a crear un imaginario social signado por el morbo por los sucesos donde hay muerte, sangre, violencia en general. Un cuadro psicosocial de esta naturaleza, facilita la venta de los medios escritos que exacerban – a veces hasta sádicamente- los sucesos. Pero cuando se trabaja con lo más irracional del ser humano como es el inconsciente colectivo, no sólo se manipula a la persona sino también refuerza la inconsciencia y ésta aflora pulsionalmente en cualquier momento expresado en acciones de suicidio o de homicidio. Esto contribuye a enfermar más psicológicamente a la sociedad y estimula la violencia. Aquí radica el peligro de trascender los límites de lo racional con el tipo de mensaje que se construye desde ciertos medios de comunicación. Esta postura antiética no se puede defender con el manido argumento de la libertad de expresión. Los medios tienen que autorregularse si no quieren que el Estado y la sociedad los regule. Los medios pueden contribuir a construir paraísos o infiernos dependen de cómo se usen. Lo que algunos empresarios de medios entienden por libertad de expresión la cual es vender cualquier baratija publicitaria no importando el mal que cause socialmente, entra en contradicción con el derecho constitucional que tienen los ciudadanos y ciudadanas a estar bien informados y a conocer la veracidad de los hechos. A esto hay que encontrarle un punto de equilibrio en el debate. La crítica es sana. Nadie la niega. Lo grave es difundir mensajes fundados en la mentira o en el manejo morboso de la información.